viernes, 14 de abril de 2017

He cambiado?

Dicen que nadie cambia. Pero yo ¿Soy la de siempre? O he cambiado? Las gallinas sabrán?
Yo sé que estoy distinta. Qué tanto, no lo sé. Pero he aumentado (de peso, claro) pero también en tolerancia, en paciencia, empatía, en respeto al prójimo (aún no en respeto a mí misma, lamentablemente; ésa es tarea difícil!).
Todos estos cambios me han dado un nivel de seguridad distinto. Sigo arisca social, no me relaciono con los demás, por temor al rechazo, como siempre. Pero ya no siento culpa por no hacerlo. Me asumo como tal y que los demás vean si me aceptan o no. Cosa suya.
A esa seguridad me refiero. A la de escoger libremente sin sentirme presionada (auto-presionada para peor, porque nadie lo hace). Si a nadie le intereso ¿para qué me presionarían?
Estoy distinta en mi autoexigencia. Llego sólo hasta donde puedo. Doy lo más que puedo, pero no hasta matarme en el intento. En todo orden de cosas. Me he relajado. Como la cruz de Luciano pesa tanto, no me queda fuerza para más y lo asumo.
Ése es parte de mi cambio. Sé que aún me quedan muchas aristas por descubrir. Pero voy piano. La presión que me impuse toda me vida no me sirvió de nada. Sólo logró convertirme en un ser amargado y triste. Miedoso e inseguro.
Hoy no tengo prisa. Ni por vivir ni por morir. Ya me rendí a los designios misteriosos. Ni suicidio ni enfermedad. Nada me incomoda mucho.
Tengo algunas certezas y aún muchas preguntas. Vacíos de saber inconmensurables. Preguntas que dejé de hacer por inservibles. Porque aún no tengo las respuestas.
Y así vivo hoy. Siempre triste, con ese tinte inviolable que ya ni lucho por quitarme de encima. Cada vez más simple, menos interés, menos conocimiento, lineal, sin búsquedas que me resultan imposibles de emprender, por lo insondable de sus respuestas.
Ahora me parece que más que Soy, Estoy. Ser o no Ser; Estar.

Y no digo en paz pero sí que siento que el peso de acero que llevaba sobre mis hombros me ha abandonado. Ha decidido retirarse de mí. Ahora llevo los recuerdos de su peso, como el dolor de los miembros amputados. Supongo que poco a poco desaparecerá. Esto es bueno. Muy bueno. Me permite de alguna manera levantar mi cabeza y mirar. Mirar hacia afuera. Hacia los demás. Con mayor liviandad. Y quién sabe si por ahí, de poder mirar, encuentro una ventana que me llame la atención. Será verdad que la esperanza es lo último que se pierde?

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