Existe un mundo del que pocas personas quieren aceptar su
existencia. Porque es un tema incómodo. De ésos que es mejor barrer bajo la
alfombra. De esos que mejor ni nombrar siquiera por no ser aguafiestas. Es el
mundo de los olvidados. Por diferentes motivos e historias de vida, hay gentes
repartidas por el mundo que son los olvidados. Los que se quedaron para siempre
–un para siempre demasiado largo sin excepción- con la soledad como su única
compañía. Quizá al principio la buscaron por cuenta propia, por alguna pequeña
o gran decepción, por algún pequeño o gran dolor y no hubo como respuesta de
parte del mundo más que un desabrido eco. Entonces no encontraron mejor
compañía que la soledad. No supieron o no pudieron esgrimir la novedad, el
cambio, otras estrategias. Y se retiraron se refugiaron y hasta se sintieron
alguna vez cómodos en su soledad, pero pronto ésta comenzó a aprisionarlos, se
convirtió en su verdugo, en su cuerda alrededor del cuello. En su horrible y
cruel cárcel mental.
Y el mundo -los demás- los olvidaron. Como cuando en casa
se nos extravía algún objeto sin importancia, al principio lo buscamos con
cierto interés pero luego lo olvidamos. Así los demás al principio nos buscan
pero pronto nos olvidan pues no revestimos para ellos gran interés. Somos
prescindibles. Hay tantas otras personas con quienes compartir. Personas más interesantes,
más cercanas. Sobretodo más cercanas pues se han creado entre ellas lazos. Los
olvidados en cambio no construyen lazos. Y si los construyen, pronto permiten
su ruptura porque no saben cultivar. Su torpeza emocional los va llevando sin
remedio al dolor de los lazos rotos. Porque no es que no les interese, no!,
todo lo contrario. Mueren de dolor cada vez que un lazo se rompe. Y caen más
profundo cada vez. Con cada posible atadura al mundo sueñan al principio con
una nueva realidad, pero viene la indefectible ruptura, el lazo se hace trizas
y caen sin remedio una vez más a su abismo solitario.
Son los olvidados. Los que no saben vivir. Porque no se
hizo la vida para estar en eterna soledad y ellos lo saben mejor que nadie. Y
sufren. Duelen sus almas en sus cárceles de aire, amarrados a la nada y sin
saber liberarse. Los olvidados son un mundo aparte, real y literalmente aparte.
Son la excepción que confirma la regla.
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