Me pregunto dónde me duele, qué me duele. Dicho
en vulgo, hasta el pelo. Dicho por mí, hasta mi astral. Es segundo a segundo,
día y noche, duele duele duele. Aaayyyy. Por qué no acaba? quién me tiene bajo
el yugo del dolor? Los felices dicen que soy yo misma. Los no felices callan
por no saber qué decir. Y yo ya no pregunto, decepcionada de todo, partiendo
por mí misma.
Creo que son las ausencias. Una a una las
personas se alejaron. Una a una, algunas con percepciones erróneas de mis
actuares. Otras por bizarras calumnias. Otras supongo que aburridas de mi cara de víctima dolorida (aunque trate de disimular y sonreír en mueca patética). Otras -la mayoría- sin explicación. Y yo tiendo correos, llamadas
telefónicas, whatsappes y nada. El mundo enmudeció para mí. No se oye padre. No
hay respuestas. Se quebraron los puentes.
Duele. Cómo duele. Y pasa de moda
porque se vuelve añejo. Y los regalos de Navidad siguen empolvándose esperando
que algún niño venga a buscar lo suyo, lo que le trajo el viejito pascuero. Y
el dolor sigue. Y cada día renueva sus motivos. Hoy está el psicópata
ingobernable, con más miedo que dolor, sin dejar de sentir éste pero por él.
Es como un aura que me envuelve en cárcel. No
puedo salir. No encuentro motivos. Un amigo feliz dice que el único motivo debo
ser yo misma, sin esperar a nadie, sola como un dedo y feliz, Ja… y claro como
él tiene una familia y amigos y personas, le resulta re fácil dar recetas. Pero
lo hace de buena fe y por eso lo perdono.
Será hasta el día del juicio final? Juro que si
un día antes de morir tuviera un instante de compañía, de amor genuino, de
comprensión y empatía, moriría feliz.