La angustia y el hastío
de vivir no tienen límites. Acorralada bajo una montaña de cañerías, calefont
malos, duchas de agua fría, gásfiter de punto fijo, gastos y más gastos….
Y la
pena de la soledad.
De las fiestas que una vez más se acercan y yo no tengo con
quien vivirlas. Cinco navidades ya sin hijo ni nietos a quienes ver sonreír.
Cinco años que han pasado por mi rostro dejándolo devastado.
Los años se me han
venido encima como espejos de mi atribulada alma.
Dudo si comprar regalos
a mis nietos (el año pasado los vinieron a buscar en abril…). Dudo de no
comprarles, me apena. Tampoco sé ya qué les gustará. Les he perdido la pista de
tanto no verlos.
Y la nostalgia de mi hijo ha crecido estos días de manera
exponencial, ya me inunda toda y ni siquiera quiero trabajar ni vivir ni nada. Lo
echo tanto de menos, quisiera tanto verlo, ver sus ojos, su risa burlona, su
forma cariñosa y divertida. Quisiera tanto escuchar su voz, ya casi no la
recuerdo.
Qué pena tan enorme el final de esta vida!! Jamás imaginé un final
tan doloroso