Conozco ese mundo del revés y del derecho. Tres
hombres (mi hermano, mi hijo y una pareja) he conocido en esa triste realidad.
Los tres me han amado y luego odiado con locura asesina. Con delirios
persecutorios hacia mí.
Sintetizo sus argumentos (muy parecidos entre unos y
otros) en que soy la peor criatura sobre la tierra y merezco por lo tanto grandes
castigos (las llamas del infierno son poco para mí).
No me causan victimización sus palabras. Sólo dolor.
Por ellos y por mí. Creo que no pueden ser felices estando repleta su alma de
tanto odio. Hay dolor mío por mí y compasión hacia ellos.
Sospecho que son seres infelices, almas atribuladas. Cómo
van a ser felices envueltos en esa energía tan oscura hacia mí (y muy
probablemente hacia otros también, no creo que les baste un solo objetivo a
odiar).
Bueno, mi hermano no. Él ya se fue de mi vida y
supongo que me olvidó.
Pero en estos otros dos está plenamente vigente su
odiosidad. Están tan fuera de la realidad, tan descentrados, tan
mirando sólo su ombligo. Se quedaron en una adolescencia rebelde que ya no les
viene estando viejotes. No hay posibilidad de entendimiento, salvo que
decidieran sanarse. Porque sólo de ellos depende. Nadie puede hacer nada por ellos.
Yo a mi supuesta pareja -gracias a dios a miles de kilómetros distancia- lo
animo a sanarse con palabras de amor. No lo cuestiono con discriminación. Más bien
lo invito amorosamente a encontrar el camino de la sanación. Ojalá pueda
lograrlo, aunque a estas alturas de su vida no parece muy probable.
Y a mi adorado hijo, sólo se lo puedo encomendar a Dios...
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