Ahora sí voy empezando
a tener claro lo que no quiero. Sabía lo que quiero –no un príncipe azul, pero
sí tengo un perfil que espero se cumpla más o menos. Y como no tenía forma
de aprender por falta de práctica (léase falta de compañero), me quedaba en la
teoría, que en este caso es poco lo que sirve. Yo no quiero a mi lado un hombre así:
No quiero que me sigan
juzgando.
No quiero doble
personalidad; puedo aceptar pequeños rasgos que resulten divertidos (siempre me
ha gustado un poquito la locura) pero no esa disociación en donde asoma el demonio
atacándome. No quiero que me sigan acusando de canalla.
No quiero que me digan
palabras insolentes, groseras, bizarras ni descalificadoras.
No quiero que cada dos
por tres me saquen a relucir mis malas acciones del pasado.
No quiero estar con
quien no me perdona. No quiero estar con alguien que finge. No quiero estar con
alguien de dudoso standard.
No quiero un hombre que
no me quiera a rabiar. No quiero un hombre violento, por ningún motivo.
No quiero un hombre
flojo.
No quiero un hombre
mezquino. No quiero un hombre aprovechador.
No quiero un hombre
grosero.
No quiero un hombre
vulgar. No quiero un hombre sin educación.
No quiero un hombre
tozudo. No quiero un hombre al que le tenga miedo.
No quiero un hombre que
no me deje acariciarlo.
No quiero un hombre que
no me haga cariño.
No quiero un hombre que
base la relación en el sexo.
No quiero un hombre que
me haga sexo rudo y sin amor.
No quiero un hombre que
no me respete.